Fue el sábado 16 de junio de 1990, víspera del Día del Padre en Argentina. Faltaban solo unos minutos para el mediodía y la atención de la mayoría del país estaba puesta en el Mundial de Italia ’90. Tres díasa atrás, Argentina le había ganado 2 a 0 a la Unión Soviética después de haber perdido en el debut contra Camerún. Así que la tensión era irrespirable y los ojos estaban puestos en la Selección de Carlos Bilardo.
El Ingeniero Santos y la «legítima defensa» Pero los titulares de los diarios y el tema de conversación cotidiano cambió bruscamente cuanndo se escucharon dos disparos en la calle. El el ingeniero Horacio Aníbal Santos había matado a dos ladrones de pasacassettes, algo común en la época en el pequeño mundo del robo callejero.
En ese entonces, Horacio Aníbal Santos tenía 42 años, era hijo único de un Suboficial de Bomberos jubilado de la Policía Federal quién logró pagarle los estudios de ingeniería química.
Se casó con Norma, la hija de un albañil que estudió arquitectura y se graduó con buenos números para terminar siendo su pareja de toda la vida y la madre de sus tres hijos.
Con un crédito compraron un piso y luego una casa vieja a remodelar. Pero todo iba a cambiar aquel 16 de junio de 1990 mientras ambos estaban dentro de una zapatería de Pedro Morán al 2800 en el barrio Porteño de Villa Devoto. La alarma de la Cupé Renault Fuego Negra que el matrimonio tenía comenzó a sonar. Horacio Aníbal Santos salió a la vereda y vió que el auto seguía estacionado en la puerta de la zapatería pero una de sus ventanillas estaba rota y a lo lejos un sujeto corría por la calle y en sus manos se llevaba el pasacasete del vehículo. El ladrón se dio vuelta miró a Santos y, según consta en su declaración, sonrió. Tiempo después el Ingeniero confesaría que lo que más lo había irritado fue la sonrisa burlona del delincuente.
Acto seguido, el ladrón se subió a un Chevrolet 1974 Dorado en el que lo esperaba un cómplice y Horacio Aníbal Santos y su mujer dejaron la zapatería y se subieron a la Coupé Fuego que conducían.
Así comenzó una persecución que se extendió por varias cuadras, casi dos kilómetros hasta llegar a la calle Campana de Villa Devoto donde el Ingeniero Santos les cruzó el auto y encerró contra la vereda al Chevrolet 1974 Dorado y quedaron sin poder escapar.
Viajaban Osvaldo Aguirre (29), a quien por el tamaño de sus orejas le decían El Topo y esta no era la primera vez que lo atraparían ya que había estado preso por otros robos hasta que fue variando de trabajos siempre en el rubro del transporte. Junto a su mujer y sus dos hijos vivían en un conventillo de La Boca y trabajaba en una carnicería en donde conoció Carlos González «El Pollo» (31) con quién salía a robar pasacassettes, bicicletas, motos. Carlos González vivía en una pensión de Avellaneda con su esposa y sus dos hijas. Y al momento del robo al Ingeniero Horacio Aníbal Santos, ambos estaban sin trabajo.
Según su abogado, el Ingeniero Santos vivía nervioso y con miedo a la inseguridad por lo que había aprendido usar su revólver calibre .32 en el Tiro Federal por la cantidad de veces que le habían robado, 12 en total según su declaración.
Aquel día de 1990, cuando Santos se encontró con los ladrones le pidió a los gritos que le devolvieran el pasacasette. Estaban
frente a frente y no le sacaba la mirada de encima hasta que uno de los ladrones se movió hacia abajo y el Ingeniero Santos se asustó y gritó «nos van a matar» porque uno de los ladrones sacaba algo de guantera o de entre su ropa. Quizás quizás un arma. Quizás e ingeniero pensó que les a disparar así que decidió anticiparse sacó su revólver de la guantera y con una precisión increíble disparó dos veces y cada balazo fue a parar a la cabeza de cada uno de los ladrones.
El Ingeniero Santos y la «legítima defensa»
El Topo y El Pollo murieron prácticamente en el acto minutos después se supo que los delincuentes estaban completamente desarmados y lo que parecía ser una mañana tranquila se transformó en un calvario para la pareja. Decidieron refugiarse en su casa de Melincuae 3000 en Villa del Parque. Ese mismo día Santos se descompensó incluso llegó a decir que no se acordaba de lo que había pasado unas horas después del robo.
El Ingeniero quedó detenido acusado domicilio simple reiterado. Estuvo una semana encerrado en la Cárcel de Caseros y por problemas de salud pasó a estar internado en una clínica privada hasta que finalmente quedó en libertad.
Los medios de comunicación investigaron todo lo que pudieron y lo más gráfico que se mostró fue la fotografía de los ladrones ejecutados en su propio auto en esa se podía ver un rosario y un chupete algo que intensificó el repudio del ataque Ingenieros Santos.
Pero el 21 de junio de ese mismo año, a cinco días del ataque, el juez de instrucción Luis Cevasco ordenó la detención de Santos además pidió que el cuerpo médico forense interviniera y le realizara exámenes psiquiátricos con los resultados intentaban responder la pregunta que todo el país estaba haciendo: ¿Santos fue consciente a la hora de apretar el gatillo?
Mientras tanto los medios hablaban con los familiares de las víctimas y del Ingeniero a quién le acechaban la innecesidad de matarlos.
Los los especialistas sostuvieron que Santos había tenido una momentánea y la cita es textual el Ingeniero Santos tuvo «alteración morbosa de la facultades» por lo cual se le dictó falta de mérito y quedó libre mientras la investigación aún continuaba sin embargo al juez se Vasco no le convencía el informe y pidió a diversos organismos que aclararan esas resoluciones. Poco después dejó el caso porque pasó a ser Juez de Sentencia el caso de ingeniero pasó a manos del Juez Julio Sagasta quien se encargó de sobreseer a Santos pero la verdad era que al ser un caso tan discutido en el ámbito legal y social esa decisión fue revocada en segunda instancia por la Cámara del Crimen en la causa que se le seguía por la muerte de ladrones de pasacasetes.
Santos podría purgar una pena de entre 8 y 25 años de cárcel. Aunque su defensor asegura que aún no se libró ningún pedido de captura sobre el ingeniero conocido como «El Justiciero».
Santo sobreseído, apela la acusación a la Cámara del Crimen pero el Ministerio Público Fiscal revocó el fallo de primera instancia y consideró que tuvo «cierto» control de sus actos al disparar el arma y la causa fue caratulada como «homicidio simple» de manera tal que el delito no permite el beneficio de la ex carcelación y mientras dure el debate, el Ingeniero tiene que estar en prisión si hubiera un homicidio simple.
Entonces sí que abría la orden de captura pero como no es ese el caso del Ingeniero Santos sino que como sostuvo siempre que había o un estado de inconsciencia o una emoción violenta entendemos que si se descarta la el estado de inconsciencia siempre queda la emoción violenta.
El tribunal modificó la calificación y la dejó en exceso en la legítima defensa alegando que Santos pudo haberse confundido cuando vio que el ladrón se agachaba y la redujeron la pena tres años de prisión en suspenso que es excarcelable y no tiene cumplimiento de presión.
La polémica se reanudó cuando llegó el juicio en el año 1994. Durante ese juicio lo condenaron a 12 años de prisión por el homicidio simple reiterado de Aguirre y González. El abogado del Ingeniero apeló el fallo y un año después consiguió que la Cámara del Crimen la revocara esa condena y le diera otra de tres años de prisión en suspenso al considerar que su conducta se encuadraba nuevamente dentro del exceso en la legítima defensa. Las idas y vueltas del caso parecían repetirse hasta el cansancio. Santos nunca más volvió a aportar un arma y fue determinante a la hora de alejarse de los medios de comunicación y callar el tema para siempre o por lo menos de manera pública.
En una de sus últimas charlas con su abogado dijo que despés de todas las consecuencias estaba completamente arrepentido absolutamente de haber actuado así.
El presidente electo en ese momento, Carlos Menem, dijo «yo hubiera hecho lo mismo» a la par que el periodista liberal Bernardo Neustad dedicaba horas de TV a defender la justicia por mano propia.
El debate ya está instalado en la opinión pública. Que le roben a una persona un pasacasete la habilita para que se tome justicia por su propia mano y mate a los autores.
Eencuestas que se realizaron con respecto a este tema en capital federal y en el gran Buenos Aires revelaron que un 76% de los encuestados no se sentía protegido por nadie y que ocho de cada 10 creían que había impunidad en medio de la polémica.
Nadie quería perderse la posibilidad de ser parte de la la discusión. Santos era un ciudadano común harto de soportar que le robaran permanentemente y que reaccionó por explosión interna para impedir un nuevo robo. Por otro lado el juez Luis Vasco el juez ya alejado de la causa dijo una cosa planteó un debate y lo cierto es que para nada se trataba de un caso de legítima defensa.