
Uno de los más sangrientos desencuentros latinoamericanos, signado por el guano y las ambiciones expansionistas de Chile. Antecedentes, causas y consecuencias.
Cuando Chile le declaró la guerra a Bolivia y Perú. El 5 de abril de 1879, el gobierno de Chile anunciaba oficialmente la guerra contra Perú y Bolivia, que se prolongaría hasta los últimos meses del año 1883. Cuatro años de una guerra sangrienta. Por supuesto que el conflicto tiene antecedentes políticos, geopolíticos y económicos.
Empezó con los alcatraces y los cardúmenes y veremos por qué. Durante siglos, las gaviotas y otras aves costeras peruanas se alimentaban de peces. En sus idas y venidas, estas aves depositaban sus excrementos en islas, islotes y peñascos cercanos a las riberas, acumulando montañas de guano, ricos en nitrógeno, amoníaco, fosfatos y sales alcalinas, constituyendo un fertilizante ideal, ya utilizado por los agricultores incas para sus sementeras desde tiempos inmemoriales.
En los salientes y acantilados de la zona sur, entre Arica y Atacama (ambas ciudades costeras de Chile), ese estiércol, conservado intacto por el clima seco y la falta de lluvias, se mezclaba con los salitrales de los desiertos del Tamarugal y de la Puna Marítima (ambas también en Chile), aumentando su poder fertilizador.
La región integraba un área de unos 200.000 kilómetros cuadrados en 1879, diferenciada en dos ámbitos físico geográficos: la Alta con cabecera en San Pedro, y la Baja, con el puerto de Santa María de Cobija y los pobladores de Calama y Chin-Chin. Integran hoy la provincia chilena de Antofagasta, recortada por las fronteras entre Argentina y Bolivia.
En la Puna de Atacama, sin agua, ni lluvias ni vegetación, cubierta de mantos salitrosos con diferencias de temperatura de de 40 grados entre el día y la noche y una atmósfera asfixiante, albergaba y alberga tanto en las entrañas como en la superficie riquezas minerales codiciadas: salitre, yodo, bórax, plata, hierro, cobre y azufre. Además de los depósitos guaneros de hasta 18 metros en la escarpada costa.
En 1866, Alfredo Nobel inventó la dinamita cuyo ingrediente básico es el nitrato, con lo que los yacimientos de salitre y estiércol de Atacama fueron doblemente codiciados por las potencias europeas como materia prima bélica. Su posesión se convirtió en cuestión estratégico-militar, además de factor indispensable en lo económico por su condición de renovadores de suelos agotados.

Sin embargo, hasta el siglo XIX, Perú se centró muy poco en estos yacimientos ignorando la riqueza que encerraban salvo algunas comunidades indígenas de la costa que utilizaban el guano. Y aunque hubieran sabido de su valor no hubieran cambiado la explotación de excrementos por la de plata, oro, cobre y plomo o la plantación de cacao, azúcar, algodón, papas, quinina y legumbres que empezaban a ser uno de los principales rubros de ingresos. Todo producido a bajo costo por la mano de obra abundante y barata con un mercado interno y externo que trasladaban precios rentables y seguros para un futuro prometedor.
El sector dominante de Perú, heredero del patriarcado limeño, que durante tres siglos fue cabeza de hispanoamérica, el país de mayor riqueza, población, cultura y tradición del Pacífico, destinado a la hegemonía de Sudamérica, se había quedado en la historia y su base, sólida durante siglos, fue destrozada por las divisiones políticas y las luchas por el poder.
Durante el siglo XIX, la clase dominante limeña no reemplazó las viejas estructuras políticas y administrativas por un sistema de gobierno orgánico, estable y acatado. Las luchas por el poder entre las facciones civiles como los antiguos funcionarios virreinales, hacendados, doctores y mercaderes y militares como oficiales del ejército, jefes de milicias y caudillos de montoneras serranas, dividió a la población, instauró el desorden, dilapidó la riqueza y hundió al país en el atraso.
Entre 1836 a 1839, la Confederación Perú-Bolivia, impuesta por el mariscal altoperuano Andrés de Santa Cruz, pareció restaurar el orden, el gobierno regular, la paz y la recuperación económica. Mas el enfrentamiento con la coalición Argentina-Chile por la hegemonía de la región y el usufructo de las riquezas naturales, terminó con la derrota peruano-boliviana en Yungay el 20 de enero de 1839 y la caída de ambos países en la anarquía, la guerra civil, los Golpes de Estado, y la ruina productiva y económica.

En 1840 asume el gobierno del Perú el general Manuel Gamarra, pero es muerto al año siguiente al invadir Bolivia. A continuación, se suceden 14 presidentes en 36 años, con períodos que en algunos casos, apenas alcanzaron los 4 días, salpicados de asonadas, golpes de Estado, asesinatos y revoluciones, que hundieron al país en el atraso.
En medio de ese torbellino de ambiciones y destrucción hubo una etapa de relativo orden y prosperidad, al llegar al poder el mariscal Ramón Castilla quién gobernó dos períodos: de 1845 a 1851 y de 1854 a 1862 e impuso cierta disciplina, introdujo los ferrocarriles y el telégrafo, emancipó a los esclavos que sumaban 30.000 hombres e inició la «era de los millones del guano».

Con precisas limitaciones, el Estado peruano, bajo Ramón Castilla, otorgó concesiones en 1848 para explotar el guano a las potencias europeas, principalmente a Inglaterra, ávidas de fertilizantes y minerales.
Antes de conceder las licencias, declaró a los yacimientos minerales y animales propiedad del Estado, fijó áreas, alcances de explotación, pagos rigurosos de porcentajes e impuestos, obligación de construir caminos, puertos, viviendas e instalaciones, que quedarían para el Estado al finalizar los contratos e impuso la exclusividad de salida del guano por el puerto de Iquique, para su efectivo control.
Proceso similar siguió Bolivia, la región más poblada, rica e ilustrada del Virreinato del Río de la Plata, con salida al Océano Pacífico por el puerto de Cobija, 400 kilómetros de costa y los yacimientos salitreros de Atacama.
Después de la Batalla de Ayacucho, desentendido Buenos Aires de sus provincias del Alto Perú, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre optaron por convocar un Congreso General de Representantes, que declaró la independencia del territorio el 6 de agosto de 1825, promulgó una Constitución elaborada por Bolívar, el que gobernó el país poco tiempo, sucediéndole Sucre hasta 1828.
Fracasada la aventura imperial de la Confederación peruano-boliviana, y caído su creador y caudillo, Andrés de Santa Cruz, pasan, entre 1839 y 1876, 15 jefes de Estado por Bolivia, en un remolino de insurrecciones, enfrentamientos, luchas políticas, intrigas, crímenes y traiciones, donde prácticamente sucumbió toda forma de gobierno, se derrumbó la economía y la miseria reemplazó a la otrora prosperidad del pueblo altoperuano. En medio del desorden institucionalizado nadie recordó el distrito de Atacama, la salida al mar, el puerto de Santa María de Cobija.
En cambio, el gobierno chileno, aprovechando el caos de Bolivia, el desinterés de sus gobernantes y el aislamiento de Atacama, estimulado por los capitales ingleses y alemanes, ansioso de explotar la región, emitió un decreto, el 31 de octubre de 1842 mientras gobernaba Manuel Bulnes fijando el límite norte de Chile en el paralelo 23°, entre los puertos de Cobija y Mejillones. Y declaró posesión del Estado de los yacimientos y constituyó la provincia de Atacama quitándole la salida al mar a la Bolivia convulsionada.

Simultáneamente, el gobierno de Manuel Bulnes, concedía a empresas anglo-chilenas contratos para explotar el guano, el salitre y otros minerales.
El embajador de La Paz en Santiago protestó, pero no obtuvo sino dilaciones y evasivas, mientras Chile continuaba la penetración hacia el norte y el este y enviaba tropas y barcos de guerra a consolidar la anexión. Cuando Bulnes decide el avance chileno en Atacama, al que le seguiría el de la zona austral fundando Fuerte Bulnes en territorio argentino, Chile era el más deshabitado, pobre y atrasado de los países del Pacífico.
Comprimido entre el océano y la cordillera de los Andes, limitado al norte por el desierto de Atacama y el Tamarugal (sur del Perú), con varias extensiones de frontera sin amojonar y al sur acechado por indómitos araucanos, imbatibles guerreros que retenías las tierras más fértiles del estrecho y montañoso país, sólidamente defendidas desde el río Bío-Bío abajo, “marca austral” de la civilización durante más de 350 años.
Pero Chile al mismo tiempo era el más homogéneo, estable e integrado socialmente de los países del área, con una población de mayoría mestiza, criollos blancos e indígenas incorporados, sin separaciones de casta ni minorías opulentas, aunque con una orgullosa aristocracia rural y una incipiente burguesía urbana, emprendedora y ambiciosa. Sociedad de vida austera y sencilla, amalgamada por un sentido igualitario y una sólida conciencia nacional, se apoyaba en el duro trabajo, el esfuerzo y la inventiva para subsistir y progresar en una naturaleza hostil y una geografía estéril entre escasos y cortos ríos y exiguos valles cultivables.
Después de las luchas por la independencia (1810-1817) y los desajustes inevitables del cambio de régimen e implantación del nuevo sistema político y administrativo (1823-1829), Chile inició su estabilidad institucional, invariable garantía de las estructuras económicas y sociales, del orden y la convivencia.
Desde 1830, con sistemática regularidad, cada 5 años se realizaban las elecciones y los mandatarios entregaban el poder a los sucesores, sin alteraciones ni cuestionamientos políticos o militares.
Hasta 1891 en que se produce el derrocamiento de Balmaceda, el país vivió una continuidad constitucional única en Hispanoamérica, que le permitió prosperidad incesante y sólida, además de convertirlo en atractivo para los capitales y la inmigración europea.
Estas condiciones chilenas, más la inestabilidad política y la endeble economía del Perú, junto con la obligación de poblar y organizar regiones desoladas, que aumentaban costos e inversiones, inclinaron a las empresas europeas a buscar mejores perspectivas y seguridades en Chile, país adscripto al libre cambio, gobernado firmemente por una clase muy cohesionada, con empuje nacionalista y deseosa de expansión, decidida a obtener territorios y riqueza a toda costa, apoyada por un pueblo laborioso y de gran sentido nacional.
Al anexarse Atacama en 1842, Chile estableció guarniciones militares, designó autoridades y aseguró la explotación guanera y del salitre a las empresas inglesas registradas como chilenas, que comenzaron con la extracción, instalando maquinarias y construyendo una vía férrea. La mano de obra era chilena, pues salvo un puñado de habitantes en Cobija y Mejillones, no había bolivianos en Atacama.
Bolivia protestó, pero no hizo nada por ocupar el territorio. En 1845 envió al viejo Bergantín Sucre, pero los barcos guaneros (casi todos ingleses) siguieron trabajando bajo la protección de la bandera y marina chilenas. Después de crear Antofagasta y extender el ferrocarril prosiguieron la expansión hacia el norte y el nordeste.
En 1857, La Paz envió una misión a Santiago para definir límites, pero cuando estaban negociando, la Goleta Janaqueo de origen chileno tomó Punta Angamos e izó bandera. La gestión quedó rota y al año siguiente la Fragata Esmeralda desembarcó tropas en Mejillones, instaló autoridades chilenas y desalojó a las bolivianas.
Nueva protesta de Bolivia y segunda misión a Santiago, que propuso dividir en dos el territorio de Atacama, fracasando las negociaciones al intensificarse en La Paz la lucha entre facciones rivales.
En 1863, gobernando Bolivia el general José María de Acha, llega a Santiago otra misión, que reclama la devolución del territorio del paralelo 23°. No hubo acuerdo, y al fracasar una cuarta misión boliviana el Congreso de La Paz decide declarar la guerra a Chile, lo que equivalía a una segunda derrota, visto el estado calamitoso del anarquizado país del altiplano. Mas un suceso inesperado evitó el conflicto.

En ese momento, España, gobernada por Isabel II, envía una escuadra para apoyar reclamaciones territoriales y pecuniarias ante Perú y Chile. Ocupa las islas Chinchas y bombardea Valparaíso, y puertos de ambos países del Pacífico.
Era en 1864 y la reacción fue inmediata, reuniéndose Chile, Perú, Ecuador y Bolivia en la Cuádruple Alianza, enfrentando la agresión hispánica, cuya flota es derrotada en El Callao (1866) y apoderándose los chilenos de la Cañonera Covadonga, que incorporaron a su escuadra.
La Argentina, gobernaba por Bartolomé Mitre, aliada con Brasil en guerra contra el Paraguay, declinó la invitación para integrar la Alianza del Pacífico contra España, que tuvo que retirarse y firmar, años después, un tratado con sus vencedores.

El mismo año de la victoria sobre España, 1866, desembarca en Valparaíso, con 10 libras en el bolsillo y un único traje raído, el inglés John Thomas North, que 5 años después fundaría la Liverpool Nitrate Company, constituyéndose en la más poderosa empresa salitrera, junto con la Milburne Clark and Company, cuyas influencias serían decisivas para desatar la guerra por la posesión de guaneras y salitrales que se cernía sobre el nuevo horizonte.
Mientras tanto, una curiosa situación se había creado en la zona disputada. Bolivia mantenía una semi-soberanía en parte de Atacama, con funcionarios en los puertos de Antofagasta, Cobija y Mejillones, cuya autoridad era nominal y a los efectos de percibir derechos de exportación, las empresas salitreras eran británicas registradas en Santiago y las guarniciones militares de Chile, así como el 90% de los pobladores.
Esa realidad, más los angustiosos apremios financieros, impulsaron al presidente de Bolivia, el general Mariano Melgarejo, a firmar con Chile el tratado del 10 de agosto de 1866, fijando la frontera en el paralelo 24°, pero repartiéndose por partes iguales los derechos a la explotación de guaneras y minerales entre los paralelos 23° y 25°.

Dos años después, el mismo Melgarejo, concedió el monopolio de explotación del salitre y el bórax a una empresa inglesa, por 15 años y libre de gravámenes, en todo Atacama, a cambio de $10.000 bolivianos. Esta compañía construyó el muelle de Antofagasta y el Ferrocarril a Caracoles, donde un emprendedor chileno descubrió minas de plata en 1870 y este fue un motivo más para azuzar el impulso expansionista de Chile.
Pero en 1871, el general Agustín Morales derriba a Melgarejo, anula el tratado con Chile de 1866, los exorbitantes privilegios otorgados a la autóctona Milburne Clark and Company y rechaza la reedición de un nuevo tratado con Chile, que mejoraba para Bolivia las estipulaciones del 1866, exigiendo la desocupación lisa y llana de toda Atacama.
Las cosas se pusieron graves, máxime que en el Perú, alarmado por el avance chileno hacia Tarapacá, el nuevo presidente civil, Manuel Pardo, declaró al país en bancarrota luego de encontrar al Estado sin fondos y sin defensa militar. Así que creó el estanco estatal del salitre en 1873 y al fracasar esa medida, expropió las empresas anglochilenas en 1875.
Previsor, firmó con Bolivia, ahora presidida por el general Adolfo Ballivián, el tratado secreto de 1873 para contener a Chile por la fuerza y monopolizar el guano y el salitre. El intento de sumar a la Argentina al acuerdo no cuajó, pese a las incursiones trasandinas en la Patagonia. Al saberse en Santiago de esta maniobra, aceleraron la preparación militar. La guerra era inevitable.
La contienda con España había dejado la enseñanza de que cualquier conflicto en el área se resolvería en el mar, y el país que tuviera la supremacía marítima llevaría decisivas ventajas. Entre 1864 y 1873, Perú poseía la mejor flota del Pacífico Sur, superando a Chile en número, calidad y armamento de las unidades.
Bolivia no tenía un solo barco de guerra en la zona, como tampoco guarniciones militares, comunicaciones, caminos ni telégrafo entre La Paz y los pobladores de Atacama.
Chile, informado del tratado secreto, desplegó su acción en dos sentidos: por un lado, encargó en Inglaterra dos poderosos blindados de 3.500 toneladas, con la mejor artillería de la época: serían el Cochrane y el Blanco Encalada.
Y por otro, inició tratativas diplomáticas con Bolivia que culminaron con la firma del tratado del 6 de Agosto de 1874. Por el mismo, se establecía la frontera en el paralelo 24°, se dividían los derechos por la explotación del guano, únicamente, entre los paralelos 23° y 24° y La Paz se comprometía a no elevar por 25 años las tasas de exportación a las empresas anglochilenas y no gravar a personas, compañías ni capitales de Chile.
En 1875, en clausuras adicionales, las partes de obligaban a zanjar diferencias que surgieran en la interpretación del convenio por arbitraje de terceros. Por Bolivia firmó el general Ballivián, el mismo que había suscripto el acuerdo secreto con Perú.
En Lima, la noticia del tratado cayó como una bomba y el presidente Pardo, sin éxito, trató de disuadir a Bolivia de su ratificación. La llegada a Valparaíso del primer blindado adquirido por Chile, el Cochrane, volcó la superioridad naval a favor de Santiago, y ninguna potencia quiso vender buques de guerra al Perú, país que estatizaba sus riquezas minerales y controlaba rígidamente a los capitales extranjeros.
Perú, sacudido internamente por la inestabilidad política y los apremios económicos, se replegó y ni reaccionó cuando la cancillería argentina bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, propuso en abril de 1876 la alianza contra Chile, que Lima había procurado en 1873.
Buenos Aires actuaba apremiado por la intensificación de las incursiones chilenas en el sur, quién mandaba barcos de guerra a la boca del río Santa Cruz, en el Atlántico, capturando naves pesqueras con licencia argentina, agudizando la tensión entre los dos países.
En 1878 el Congreso chileno rechaza el protocolo Elizalde-Barros Arana, que intentaba finiquitar las disputas de límites, reanudándose las agresiones chilenas en el sur de Argentina, lo que decide al presidente Avellaneda a enviar la flota de guerra del comodoro Luis Py y expulsar a los chilenos de Santa Cruz y regiones circundantes.
Cuando llegan los buques argentinos a la zona, los barcos chilenos se habían ido. Era en diciembre de 1878 y la guerra contra Bolivia y Perú iba a empezar. Santiago no quería pelear en dos frentes. La expansión austral podía esperar.
En 1876 había asumido la presidencia de Bolivia el General Hilarión Daza, desplazando a Tomás Frías, que sólo había estado dos años en el poder. Típico exponente de cuartel, autoritario, ansioso de prestigio y bienestar, Díaz encontró al país sin recursos, el erario público exhausto y la economía desecha. Era imperioso obtener fondos y el medio lo constituían los derechos de explotación del salitre de Atacama, en manos de empresas anglo-chilenas.
Acosado, el Congreso boliviano impuso un gravamen de 10 centavos por quintal de salitre exportado, pese a que el tratado de 1874 impedía gravar por 25 años a las personas y empresas registradas como chilenas. La compañía salitrera protestó, pero en La Paz no le hicieron caso. Entonces la compañía acudió al gobierno chileno, que notificó a Bolivia que el impuesto violaba el tratado, pero en La Paz tampoco lo escucharon a Chile, así que amenazó con denunciar el acuerdo si Bolivia insistía en aplicar la medida.
El 17 de diciembre de 1878 el prefecto boliviano de Antofagasta notificó al gerente de la empresa, un tal George Hicks, que si el impuesto no era pagado se anularía la concesión y se expropiarían y rematarían los bienes de la compañía, cosa que se dispuso el 7 de enero de 1879, al negarse a pagar la empresa a pagar el tax. Y se fijó como fecha de remate el 14 de enero de 1879.
Hicks huyó hacia la zona controlada por Chile y el 8 de febrero. Y el flamante blindado Blanco Encalada anclaba frente a Antofagasta, mientras el gobierno de Santiago enviaba un ultimátum a La Paz, para que anulara la medida.
El 12 de febrero de 1879, el Cochrane y el O´Higgins, con tropas de desembarco, reforzaron al Blanco Encalada.
El 13 de febrero de 1879, Chile rompía relaciones con Bolivia y al día siguiente el coronel Emiliano Sotomayor, con 500 hombres ocupó Antofagasta, la Quebrada de Caracoles y el Salar del Carmen.

El 15 de febrero de 1879 fueron ocupadas Mejillones, Cobija y Tocopilla. La operación, calculada y fulminante, demandó pocas horas. La única resistencia boliviana fue en Calama, en el extremo nordeste de la pavorosa meseta. Allí, un civil, Ladislao Cabrera, reunió a 400 hombres, los armó como pudo y esperó a los chilenos, que llegaron, luego de una agobiante marcha por el desierto, el 23 de marzo. El combate, en medio del polvo salitroso, el asfixiante calor y la arena caliente, duró tres horas, al cabo de las cuales los chilenos derrotaron a los defensores, que se retiraron hacia Chin-Chin.
Atacama había sido ocupada por Chile y la guerra por el estiércol y el salitre había empezado, aunque sin declarar todavía.
El auge del guano se prolongó de 1840 a 1870, produciendo al Perú entre 12 y 16 millones de dólares por año y casi nada a Bolivia. El del salitre desde 1870 a 1918, año en el que el físico alemán Fritz Haber descubre que el procedimiento para extraer salitre del nitrógeno del aire, a bajo costo. Fue el derrumbe de las regiones salitreras en el Pacífico, que tanta sangre costaran. De 1885 a 1920, Chile obtuvo el %60 de sus ingresos de la exportación del salitre. Actualmente no llega a %10, pero en la Atacama anexada como provincia de Antofagasta existen grandes riquezas minerales y la mina de cobre a cielo abierto más importantes del mundo: Chuquicamata, que exporta anualmente 280.000 toneladas métricas y posee una reserva calculada en 1.000 millones de toneladas. La antigua Atacama, que perteneció medio siglo al Virreinato de las Provincias Unidas del Río de la Plata -era la salida al Pacífico de la Argentina- es hoy, como ayer, un páramo hostil y opulento, productor de codiciados minerales y un factor de problemas geopolíticos. Más poblado y organizado, sí, pero no por eso despojado totalmente de conflictos.
