Día del Trabajador Argentina

Día del Trabajador Argentina: Los orígenes. La primera conmemoración tuvo lugar el 1º de Mayo de 1890. Fue bajo la Presidencia de Miguel Juárez Celman, concuñado de Julio Argentino Roca. Impulsó la separación de la Iglesia y el Estado, pero provenía de las clases aristocráticas argentinas.

Día del Trabajador Argentina: Los orígenes. La primera conmemoración tuvo lugar el 1º de Mayo de 1890. El primer acto fue en plena zona de la Recoleta, corazón de los sectores terratenientes y ricos del país.

(por Andrés Llinares).- En esa Plaza, en la Plaza Recoleta, se celebró por primera vez en nuestro país el Día de los Trabajadores. Y fue justo en la sede del «Prado Español», una romería de día y tanguería de noche, ubicada en la Avenida Quintana y Juncal.

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Comenzó a las 15.00 del jueves 1° de Mayo de 1890 y se reunieron 2.000 trabajadores, la mayoría inmigrantes, con fuerte conciencia política pero que no lograban persuadir a los trabajadores argentinos.

Eran trabajadores del Partido Socialista, del Partido Laborista, Anarquistas, todos juntos en uno de los barrios de la aristocracia porteña.

En 1890, se trabajador, inmigrante y miembro de un partido de izquierda o una organización anarquista era vivir en la escasez económica y la marginalidad social.

Para entonces, ya actuaba en Buenos Aires el Club de Trabajadores Alemanes Worwaerts o Vorwarts, tal como se llamaban las primeras organizaciones gremiales. Y desde donde nacerían, una vez más, los primeros partido políticos que representarían al sector.

Del Club de Trabajadores Alemanes Worwaerts o Vorwarts nació el Partido Socialista Argentino.

Su nombre original fue «Verein Vorwarts», que en la traducción al castellano significa «Unidos Adelante» y tenía como objetivo difundir en Argentina las ideas del Partido Social Demócrata de Alemania (PSD).

Desde varios «clubes obreros» y con mucha fuerza desde el Club de Trabajadores Alemanes Worwaerts o Vorwarts, se había constituido un comité obrero único para realizar la convocatoria.

Y redactaron un en el que explicaban: «Reunidos en el Congreso de París del año pasado, los representantes de los trabajadores de diversos países resolvieron fijar el 1° de Mayo de 1890 como Fiesta Universal de los Obreros, con el objeto de iniciar la propaganda en pro de la emancipación social».

Y aunque solo reunieron 2.000 trabajadores, siguieron adelante, sintieron que era el inicio, el primer acto y que tenían el deber de realizarlo.

Durante el acto en la sede del «Prado Español», los oradores hablaron de «las deplorables condiciones laborales» y reclamaron una jornada de ocho horas.

Para la época, en una sociedad puritana, aristocrática y terrateniente, eran consignas muy duras contra las jornadas de trabajo sin descanso, la falta de feriados, de domingos, de pago de horas extras disparados a la protesta por los trabajadores muertos en Chicago.

Los diarios, de la tarde, comentaron con asombro «semejante» exigencia, sobre todo proveniente de extranjeros socialistas.

Argentina se dividía y en esta escala, entre propietarios, burócratas, trabajadores y extranjeros.

Y al otro dìa, por caso, el matutino de la familia de Bartolomé Mitre, el vencedor de la Confederación en la Batalla de Pavón, La Nación editó que «había en la reunión poquísimos argentinos, de lo que nos alegramos mucho».

Unos de sus competidores de la época, El Nacional, subrayó que a partir de los oradores se entendía con claridad «las diferencias que aquí, como en todas partes, dividen a los obreros en dos grupos anarquistas y socialistas».

El acto fue bastardeado, ubicado en el rango de marginal y el castigo, en principio fue humillante.

Al día siguiente, viernes 2 de Mayo de 1890, los mismos trabajadores que reclamaban derechos laborales y una jornada de ocho horas, perdieron su jornal por no presentarse en pequeños talleres y casas de la aristocracia dónde ejercían sus habilidades.

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Desde entonces, cada 1° de Mayo fue más y más pobre en convocatoria. Sobre todo, porque cada fracción del movimiento obrero organizó actos en forma independiente.

Pero el acto del sábado 1º de Mayo de 1909 en Plaza Lorea quedó en la historia con José Figueroa Alcorta como Presidente de la Nación.

Sólo por tratarse de anarquistas «expropiadores» de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la Policía Federal atacó el mitin que habían organizado en Plaza Lorea.

Ese sábado 1º de Mayo de 1909, bajo la Presidencia de José Figueroa Alcorta y la conducción de la Policía Federal de Ramón Falcón, hubo catorce muertos y ochenta heridos.

El durísimo comisario Ramón Lorenzo Falcón luego moriría en el atentado realizado por el anarquista Simón Radowitzky en represalia por los anarquistas muertos.

Ese mismo sábado 1º de Mayo se había sido condenado. Luego de la fuertísima represión, la consigna de los anarquistas fue clara: «¡Viva la Huelga General! ¡Fuera el Jefe de la Policía, el Verdugo de Falcón!».

Por primera vez en el país, la policía intervenia como fuerza de choque del poder político contra las organizaciones populares.

Y ese combate desigual en Plaza Lorea desencadenó «La Semana Roja» en Argentina.

A los anarquistas se sumaron los socialistas y el lunes 3 de Mayo, el trabajo en la Ciudad de Buenos Aires, por primera vez se paralizó completamente.

Sin embargo, la represión sin sentido continuó. Por caso, durante el entierro de las víctimas se produjo otro choque con la Policía Federal.

Incluso se levantaron barricadas y hubo tiroteos que duraron duraron toda la noche.

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La «Semana Roja» duró ocho días mientras la vida industrial y comercial de la Ciudad de Buenos Aires se detuvo.

Fue la actitud más fuerte y decidida del movimiento obrero argentino que se conoce como la «Huelga General de la Semana de Mayo».

Hubo un antes y un después de José Figueroa Alcorta que sufrió un atentado y renunció al cargo de Presidente de la Nación.

Hubo un antes y después de Ramón Falcón que murió de un bombazo que le arrojó dentro del carruaje Simón Radowitzky .

Hubo un antes y un después de los ocho días de huelga con la unidad de todas las organizaciones gremiales.

Expulsaron del territorio nacional a los militantes obreros extranjeros. Encarcelaron a decenas de centenares argentinos. Pero todo quedó guardado en la memoria.

Un años después, cuando se acercaba el domingo 1° de Mayo y el país se encaminaba al Centenario de la Revolución de 1810, todo empeoró.

El sentimiento patriótico afloró ese domingo de 1910 y grupos de jòvenes parapoliciales atacaron, destruyeron e incendiaron bibliotecas y locales sindicales de anarquistas y socialistas. También quemaron la redacción y los talleres de sus diarios, La Vanguardia y La Protesta.

Pero en lo sucesivo, la lucha de 1909 y 1910 dejó en claro quién era quién y que podían esperar uno de otros.

Actos y reclamos versus balas y cárcel.

La tensión duró una década, pero las matanzas masivas no se repitieron hasta que apareció en la escena nacional la Liga Patriótica de Manuel Carlés.

El 5 de abril de 1921, bajo la Presidencia de la Nación del radical Marcelo T. Alvear, Manuel Carlés asumió el cargo de presidente de la Liga Patriótica Argentina, fundada el 19 de febrero de ese mismo año.

La Liga Patriótica Argentina fue una organización de rasgos autoritarios y violentos que alentó perseguir a judíos, anarquistas, socialistas, comunistas y extranjeros.

Recibió el apoyo de la élite porteña y gobernante. Tanto, que en 1923, el presidente Marcelo Torcuato de Alvear lo nombró interventor de la provincia de San Juan.

La Unión Cívica Radical Antipersonalista, rival decidida de Hipólito Yrigoyen, tenía como objeto «nacionalizar» a los trabajadores a partir del ejemplo «cristiano».

Impartían a los obreros extranjeros «amor al país», le daban premios a los no agremiados y financiaban obras de beneficencia a través de la damas de clase alta.

Toda una tira de prácticas disciplinantes atravesadas por la falsa seducción de evitar conflictos armados, para esquivar la lucha social.

Sin embargo, los trabajadores crecían en número en el cordón industrial de Buenos Aires. Las fábricas abrían, los talleres se expandían. Y los gremios aumentaban.

Hasta que finalmente, un lunes 28 de abril de 1930, el presidente Hipólito Yrigoyen de nuevo en el poder, decidió instituir el 1° de Mayo como «Fiesta del Trabajo en todo el Territorio de la Nación».

Pero cinco meses después, se produce el primer golpe militar del Siglo XX en nuestro país.

Fue un 6 de septiembre de 1930 y tuvo al General José Félix Uriburu como protagonista.

Los trabajadores tuvieron que hacer una y mil gestiones ante un Uriburu dictatorial para realizar los actos del 1° de Mayo en 1931.

Y fue entonces que los socialistas desfilaron con carteles que decían: «Por una Argentina grande y justa, económicamente próspera y políticamente libre».

Recién nueve años después, el 1º de Mayo de 1940, se concreta el primer acto masivo. Pero las condiciones internacionales habían cambiado por completo.

Afloraron con el golpe militar del 4 de junio de 1943. Los festejos del lunes 1° de Mayo de 1944, la Policía Federal enfrentó a los comunistas en Plaza Once.

Hubo heridos. Pero no muertos. Y tampoco represalias posteriores.

Para 1945, el martes 1º de Mayo coincidió con la caída de la Alemania Nazi de Adolf Hitler. Eran los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y motivó una fuerte vigilancia por parte del Ejército para evitar que se realizaran manifestaciones en favor de los países aliados y ataques a organizaciones de derecha en argentina.

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Recién partir del 1° de mayo de 1947 cambiaron las convocatorias y el caracter del festejo con Juan Domingo Perón en el poder.

Los festejos eran gigantescos y similares.

Comenzaban con un discurso del Secretario General de la CGT, otro de Evita y culminaba con la palabra de Perón.

Luego se presentaban números artísticos con figuras populares: Hugo del Carril, Antonio Tormo o los Hermanos Abalos.

Y por últim un desfile de carrozas y se elegía la Reina del Trabajo.

El acto – espectáculo era tan grande que los rivales como los socialistas y los comunistas, los festejaban días antes.

El último 1° de Mayo que Perón vivió desde la Casa Rosada en 1955 fue distinto.

El secretario general de la CGT, Eduardo Vuletich, después de atacar violentamente a la Iglesia Católica, manifestó que «la Central Obrera, por intermedio de sus legisladores, postulará eliminar la enseñanza religiosa y separa a la Iglesia del Estado».

Y el propio Perón lanzó aquella idea de que «el Pueblo, por medio de sus representantes, ha de decir su última palabra. Si el pueblo decide que han de irse, se irán».

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Pese a esas palabras el que se fue y de manera involuntaria, fuer Perón luego del Golpe de Estado del 16 de Septiembre de 1955.

Con Perón en el exilio, los socialistas, los comunistas y otras fuerzas políticas que intentaban representar a los trabajadores, obtuvieron el derecho a festejar el 1º de Mayo. Tomaron el derecho que perdieron los peronistas.

En 1956, el Partido Socialista realizó importante manifestación bajo el lema: «Otra Vez el 1° de Mayo Libre y Obrero. ¡Viva el legado de Mayo y Caseros!».

Sí, eso fue la consigna que lanzaron.

Y fue con una gran presencia callejera. Una columna partió desde la destruida Casa del Pueblo, destruida por el peronismo, y llegó hasta el monumento de Sáenz Peña, donde había un palco para los oradores.

«Fuimos leales a la clase trabajadora -dijo ese día Américo Ghioldi, a la que no abandonamos, a la que no negamos por sus errores», reprochando su «pasado peronista».

En 1964, Perón seguía en el exilio, pero la Resistencia Peronista actuaba en la clandestinidad desde cualquier taller del paìs.

Y Arturo Illia gobernaba el país.

Los actos se desarrollaron sin incidentes. La CGT sólo depósito una corona de flores junto al monumento al general Don José de San Martín, pero anunció lo que llamaron «Segunda Etapa del Plan de Lucha».

Andrés Framini, ya entonces un conocido dirigente del Sindicato de Obreros del Caucho, se refirió al regreso de Perón al país el 1º de Mayo de 1964.

«Se efectuará previa visita a Egipto, India y la China de Mao. No habrá resistencia que impida su reintegro a la vida argentina», dijo Framini y sostuvo el mito.

En 1965, la CGT recordó el 1° de Mayo en la Plaza Once.

Habló José Alonso, secretario general, y quedó en claro la interna sindical a tal punto que fue desalojado de la tribuna por peronistas en desacuerdo con su conducción.

Pero Alonso recuperó el micrófono y terminó su discurso con una advertencia: «No pierdo el tiempo haciendo el juego a la reacción con gritos y ruidos y me dedico a trabajar por los trabajadores» y luego declaró iniciada la «Quinta Etapa del Plan de Lucha».

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Cuando se produce el Golpe de Estado argentina el el 28 de junio de 1966 con el general Juan Carlos Onganía como lìder, directamente se prohibieron las conmemoración del 1° de Mayo en actos públicos.

Así que los sindicalistas se refugiaron en las iglesias.

El 1º de Mayo de 1967 el cardenal Antonio Caggiano celebraba en la Catedral metropolitana la Misa del Trabajador, y fue interrumpido por un grupo de jóvenes capitaneados por Juan García Elorrio, quien intentó leer un texto que decía:

«En este día doloroso no pueden expresar libremente las angustias de sus familias y sindicatos frente a la acción devastadora de un plan económico al servicio del capitalismo».

El mismo día, el obispo de Avellaneda Jerónimo Podestá afirmaba que la misión sacerdotal «no consiste tanto en hacer algunas obras para mitigar el mal, cuanto en denunciar la injusticia de una estructura social basada en algunos principios que poco tienen de evangélicos».

Y es que el el 1° de Mayo había dejado de ser la celebración de un grupo de rebeldes, para convertirse en una jornada de afirmación política, de lucha social, de reivindicación proletaria y también de homenaje silencioso.

Ya no interesa mayormente la forma en que se lo conmemora sino el contenido que le dieran.

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