Gran Morón: Nostalgias del carnaval. Acá reproducimos aquella nota de Jorge Zaballa para le revista Siglo XX de enero del año 2000, sobre los carnavales en aquel Morón que incluía a los primos hermanos de Hurlingham e Ituzaingó. Cuenta qué grupo esperaba la gente, dónde se agolpaba y quién daba comienzo y fin al carnaval.
Gran Morón: Nostalgias del carnaval. Nostalgias de un tiempo que pasó, que dejó recuerdos, reminiscencias que guardan evocaciones y reviven momentos en que los vecinos y los visitantes tenían a Morón como el lugar convocante para festejar los clásicos carnavales, aquellos que cada año se trataba de superar.
Las familias tenían las reservas de sus palcos, se renovaban con antelación y existían postulantes, principalmente los ubicados frente al ex municipio sobre Buen Viaje.
Eran codiciados, era el lugar donde se podía ver aquellas confrontaciones de lanzar serpentinas desde los vehículos que recorrían una y otra vez el tramo fijado del corso y los ocupantes del palco hasta formar una trama de serpentinas que resultaba difícil desenmarañar o desembrollar semejante lazo.
Con la debida antelación, los carnavales no eran solamente una rutina, era la alegría, el disfrute, el júbilo y placer de todos, sin edades, sin ataduras.
Los niños se sorprendían, los jóvenes alternaban con el lanzaperfumes o el papel picado, los mayores (principalmente desde los palcos) arrojaban o entregaban aquellas varillas de nardos de oloroso perfume.
En el corralón municipal quedaron depositados, por largos años, los elementos carnavalescos. Aquellos grises que cruzaban las calles del corso, los palcos y todo lo que tenía que ver con la fiesta, al fin y al cabo, dentro del presupuesto del municipio figuraba el alquiler de palcos y otros rubros que balanceaban las entradas y salidas, ya el corso volvería el año entrante.
La música, los disfraces, los bailes en clubes con sus coreografías creativas de lugares del mundo y de épocas que sirvieron para decorar paredes con temas, palmeras, uniformes, todo eso y mucho más se venía imaginando, soñando y trabajando hasta horas de la madrugada, momento en que la pintura podía ser manejada a nivel de amigos y sin molestias.
El carnaval debía contar con elementos decorativos, con grupos de disfraces que diferenciaban y daban la apoyatura de cada corso y sus grupos.
Vale recordar al formado en el norte moronense por el grupo de «Los Gatos». Aún hoy lo recuerdo y escuchaba a los mayores comentar algo que sorprendía a todos, la disciplina del grupo, el excelente estado físico de sus integrantes.
Había que saltar, trepar, correr todas las noches, porque de estos «gatos» se vieron poco y se recuerda mucho.
Existieron historias escritas ocurridas en el corso o a la salida del mismo y se los recuerda porque están emparentados con desgracias de vecinos.
Edgardo A. Coria, un vecino y mejor amigo, narrador de hechos, quien fue cronista de su pasado, dejó escritos memorables. Lo cierto es que todo concluía y comenzaba de igual forma. ¿Cómo? Con una bomba de artificio que el operador, a través de muchos años, encendía con pasión y entusiasmo, porque «Tormenta» Farinatti era parte del éxito de la fiesta.
Nostalgias del tiempo que pasó. Después todo cambió, se fue diluyendo y convirtiendo en casos de mal gusto y agresiones. En que, seguramente, en casa nadie contó lo que vivimos y disfrutamos del carnaval.
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